Nos gustaba tener en la pieza dos puentes: el puente del amor donde se unían las parejas, y el puente del terror. Todos los peluches anhelaban uno y temían al otro. Magogo, era el gran fortachón, y cantaba Baila tu cuerpo María Magdalena para ir a salvar a los pobres atrapados en el túnel del miedo, absorbidos por los techos tenebrosos que allí habían, que hacían quedar a la gente pegada como murciélago en una telaraña pegajosa.
Nuestros peluches habitaban en un pueblo con tres condominios, el más minúsculo tenía un entretecho diminuto de forma triangular, y ahí habitaban los más pequeñitos; Alí, Pipo, Gatita, Sinmanin y Conejita. Eran nuestros personajes favoritos, y les gustaba construir ascensores a las montañas, que estaban muy, muy arriba, donde el camarote era grande para que ellos encontraran más y más aventuras.
También había otro team que era el Club Yimi Yimi, muchachas como Linda y Pepa que usaban sombreros en las cabezas, y existía también una pandilla de chicos rudos, donde los protagonistas eran Conejito Once y Osito. Pandita, era la profesora de la escuela, le gustaba el tenis y ocupaba lapices siempre diferentes.
Teníamos una mesa con patas naranjas, era blanca en la base y la borrabamos y rehacíamos todos los dias. Inventabamos monos, y dibujos, siempre podíamos rehacerla. Me gustaba mucho porque ahí estudiaban los peluches y nosotras pintabamos.
Nuestro mundo de peluches era pequeñito porque cabía solo dentro de una habitación, a menos que hubieran huracanes que los mandaran a todos lejos. Pero era muy, muy grande porque cada tarde había una nueva historia. Era chiquitito porque sólo cabía allí en nuestra pieza, más era gigante con todos los seres vivientes que se integraban a la comunidad en cada navidad.
Talila ocupaba una voz chillona con sus monitos y yo también. La Mary nos imitaba y la Boby nos ordenaba cada vez que habían inundaciones y tormentas. Podíamos pasar toda la tarde en ese cuarto y siempre sería distinto, una tremenda e impredecible dimensión. Yo todavía los recuerdo a cada uno, mis amigos tenían muchos amigos, y esos amigos tenían muchos nombres, más todos nacían de ella y yo.
Sí, sin duda con Talila yo aprendí que la imaginación es gigante para crear paraísos, y que en un espacio muy chiquitito podíamos elaborar un mundo fantástico y emocionante tan sólo de cantar
!1, 2, 3, a JUGAR!